martes, 10 de noviembre de 2009

Lo gourmet de la música en México: Paté de Fuá


La banda mexicana promete sorpresas durante el cierre de la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil en el Cenart el próximo 16 de noviembre a las 14:30 horas




Escuchar a Paté de Fuá siempre es una fiesta para los sentidos, donde su música nos transporta a otra época, a tiempos con atmósferas circenses y de cantina con decenas de borrachos llorando por un amor perdido.
Ver a Paté de Fuá es presenciar un desfile de sombreros y barbas, de verdadera pasión por la música y de bailar sin despegar los ojos de Yayo González, el vocalista, o de “Luri” Molina, el contrabajista apodado Pelvis Presley, que al tocar parece que le hace el amor a su instrumento de tanto que lo disfruta.
Ya son cuatro las veces que veo a esta banda mexicana y ninguna me ha decepcionado. Confieso que la ocasión que tocaron en el Antiguo Palacio del Arzobispado ha sido mi favorita, pero sólo porque suelo tener predilección por los conciertos pequeños e íntimos, donde la banda tiene más oportunidad de conectarse con su audiencia.
Este domingo 8 de noviembre me sorprendió ver que el público de Paté de Fuá es copioso y heterogéneo. Aunque la mayoría somos jóvenes, también abunda gente de cuarenta y más, y lo más emocionante: niños.
Pequeños que cantaban con furor “El valsecito de Don Serafín” o “Celoso y desubicado” (con todo y su verso “y perdón si soy cabrón o te meto en algún lío”), me arrancaron cientos de sonrisas, y algo de vergüenza, debo aceptarlo, por no saber de memoria las letras de las canciones. ¡Ups!
Paté de Fuá es una banda que a pesar de saberse buenos músicos (no creo en la modestia musical) todavía conserva la sencillez de principiantes y el interés verdadero por la música y no por el negocio que supone la industria.
En el escenario, el público notamos que Gabriel Perata, Rodrigo Barbosa, Yayo González, “Luri” Molina, Víctor Madariaga y Alexis Ruiz todavía disfrutan intensamente lo que hacen.
Son dos los ánimos que imperan en Paté de Fuá a la hora de tocar: uno, la fiesta, la intensidad, la pasión y la locura encarnados por Yayo, Rodrigo y “Luri”, quienes no cesan de bailar, hacer gestos, lanzar uno que otro grito a mitad de las canciones y enloquecer con su instrumento; y el otro, la tranquilidad e impasibilidad de Alexis, Víctor y Gabriel, que cual estatuas esbozan de vez en cuando una sonrisa, sin perder en ningún momento la maestría en la ejecución de sus instrumentos.
Paté de Fuá deleitó al público con temas de Música moderna y El tren de la alegría, sus dos producciones de estudio.
Con cariño recuerdo los versos de “El supermercado”, canción que tiene un efecto extrañísimo en mí, tal vez por eso que canta Yayo:

Yo te quise de tantas maneras,
Yo te quise, de veras tal vez sin saber,
Que el tiempo es vendaval que arrastra todo,
Vaya uno a saber qué modo,
Que quererte estaba bien,
Hoy me siento y vivo con la desesperanza,
Y el dinero como siempre que no alcanza,
El absurdo final de nuestra historia,
Evento y desquicio de toda memoria,
Nada nada entre nosotros ha quedado
Sólo un gran supermercado y este amor
Sí para qué…


“Yayo eres un poeta”, se escuchó un grito entre el público emocionado. Y sí, me parece que González algo tiene de poeta.
No todo fue nostalgia en el concierto de los Patés. Canciones como “El tren de la alegría”, “Nato a barazra” y “Amparito” encendieron los ánimos del público, quienes sin dudarlo se aprestaron a formar un cadencioso tren, invitando a todos los presentes a unirse y a bailar. Preferí abstenerme. La verdad no quería perder el lugar que tanto había esperado, y mejor observé.
También se formaron círculos donde el levantamiento de piernas y los pisotones estuvieron a la orden de la noche.
Paté de Fuá puede ser lágrimas y risas, jazz y tango, México y Argentina, combinaciones sumamente exitosas (y necesarias) en un ambiente musical en el que prima el pop producido y vacío y el rock posudo.
Las canciones más solicitadas por el público fueron “La canción del Linyera” (sorprendente cómo todos los presentes entonaban el coro); “La colegiala” y “Muñeca”, tema en el cual las jovencitas se derretían con la voz de Yayo González, al quien apodaron “El muñeco”, (¡cómo gritaban!).
Muy al pesar de los escuchas, la noche tuvo que terminar. “Suena la viola, suena el violín, suena la orquesta de Don Serafín”. Ni modo. Todos queríamos que siguiera la viola, que siguiera el violín, que siguiera la orquesta de Don Serafín…

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